Pallasca: historia y tradición en las alturas de Áncash

En la región Áncash, sobre la cima de una verde colina rodeada de inmensas y silenciosas montañas, se encuentra un poblado cubierto de rojos tejados: Pallasca.

Este pueblo, cargado de historia, es un mirador natural que ofrece la posibilidad de contemplar insólitos paisajes en un ángulo de 360 grados. Desde allí, se pueden observar fácilmente los soleados parajes que el poeta César Vallejo evocó en sus versos a la «andina y dulce Rita de junco y capulí».

Cosas de nuestra geografía: la profunda quebrada que separa Áncash de La Libertad hace que los pueblos parezcan cercanos a la vista, pero lejanos al andar.

Desde tiempos precerámicos, cuya evidencia se encuentra en las ruinas de La Galgada, hasta épocas recientes de la república, Pallasca ha dejado una huella imborrable en nuestra historia.

Por allí pasaron los nobles Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, y en la quebrada del río Tablachaca fue ejecutado el infortunado Inca Huáscar.

Asentamiento de colonos españoles.

Desde los primeros años de la conquista, Pallasca se convierte en un importante asentamiento de colonos españoles atraídos por sus minas. Según la arquitecta M.F. Chanfreau, estudiosa de la zona, a comienzos del siglo XVII se construye la iglesia que, a pesar del tiempo y de los sismos, aún conserva «un bellísimo altar de tres cuerpos».

El historiador Álvarez Brun destaca la tradición libertaria de este pueblo, que contribuye con tropas para la independencia y asiste al Mariscal Andrés Avelino Cáceres en su marcha hacia Huamachuco. El distrito de Pallasca, antiguo pueblo con un hermoso aspecto serrano que recuerda a Ronda, bello poblado de Andalucía en España, fue elevado a la categoría de ciudad el 22 de agosto de 1898.

No solo el paisaje rural es digno de exaltarse, también lo es su arquitectura colonial republicana. Sus estrechas calles que suben y bajan por la accidentada colina, donde destacan viejas casonas de adobe con altas paredes, algunas adornadas con frescos y enormes columnas de madera, que nos transportan a otros tiempos. Como cuando el pueblo recibía a Santo Toribio de Mogrovejo o a Simón Bolívar, el libertador.

Durante el año, la vida en Pallasca suele ser calmada y monótona, pero todo cambia en los días previos al 24 de junio. Pallasca se llena de visitantes que vienen a celebrar la fiesta en honor a San Juan, patrono del lugar.

En estos días todo parece renacer; las empinadas calles cobran vida y la plaza se llena de jóvenes campesinas, que, aunque no visten ropa típica, añaden un candor multicolor a la atmósfera festiva.

 En los días de fiestas las calles cobran vida.

Durante la fiesta hay corrida de toros, carrera de cintas, la infaltable procesión de San Juan y un baile general con bandas de músicos. Se come patasca, un plato típico a base de maíz, y se bebe chicha de jora.

También se recuerda a los antepasados con la representación de la «muerte de Atahualpa«, que se realiza después de la procesión del día 24.

No faltan a la cita anual las jovencitas que encarnan a las coyas, encantando a los presentes con bellas danzas y canciones, que los niños seguirán escenificando en sus juegos durante los meses siguientes.

Cuando concluyen los festejos, el pueblo vuelve a su rutina: los lavadores de oro regresan al río, los campesinos a sus alfalfares y los foráneos a sus lugares de residencia. Pallasca queda entre las montañas, con sus calles llenas de recuerdos y esperanza.

Y desde el Mirador de Santa Lucía, a una altitud de 2,986 m.s.n.m, según el Instituto Geográfico Nacional (IGN), alguien contemplará esa tarde el más impresionante celaje que sus ojos hayan visto.

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